11 jun 2012

Otro rescate bancario | Paul Krugman


Vaya, otro rescate bancario, esta vez en España. ¿Quién lo habría imaginado?
La respuesta, por supuesto, es que todo el mundo. De hecho, toda esta historia empieza a parecerse a un manido número de comedia: una vez más la economía se hunde, el paro se dispara, los bancos tienen problemas, los Gobiernos se apresuran a acudir al rescate; pero, por alguna razón, se rescata solo a los bancos, no a los parados.

Treinta años de olvido | Roberto Merino


Si veinte años no es nada, según el famoso tango tan citado, súbitamente da la impresión de que treinta años es todavía menos. Por cierto: entre 1982 y el momento actual pareciera haber sólo un paso o una leve distracción temporal, pero entre ambos media un plazo suficiente para envejecer. A veces uno se siente como esos tipos con fisuras cerebrales a quienes se les detuvo el tiempo y viven pegados en un presente pretérito, si cabe la expresión. En fin, sé que es ridículo mi asombro: qué más decir, lo mismo, son treinta años de esos días exhalados como la juventud, un saco de años, más de un cuarto de siglo, el lapso de una vida entera.

4 jun 2012

El programa de la austeridad | Paul Krugman


"El auge económico, y no la crisis, es el momento adecuado para la austeridad”. Eso afirmaba John Maynard Keynes hace 75 años, y tenía razón. Aun cuando se tenga un problema de déficit a largo plazo —¿y quién no lo tiene?—, recortar drásticamente el gasto mientras la economía está profundamente deprimida es una estrategia contraproducente porque no hace más que agravar la depresión.
¿Y por qué el Reino Unido está haciendo exactamente lo que no debería hacer? A diferencia de los Gobiernos de, por ejemplo, España o California, el Gobierno británico puede adquirir préstamos con total libertad a unos tipos de interés más bajos que nunca. Así que, ¿por qué el Gobierno está reduciendo drásticamente la inversión y eliminando cientos de miles de puestos de trabajo en el sector público en vez de esperar a que la economía sea más fuerte?

Postguerra. Una historia de Europa desde 1945, de Tony Judt | Nicolás Ocaranza


Abordar la historia contemporánea o del presente de las cosas presentes -como precisó San Agustín en sus Confesiones- no es una opción fácil para ningún historiador, principalmente porque exige ocuparse de procesos que permanecen incompletos y de acontecimientos recientes cuyos resultados son a veces inciertos. Narrar la historia europea del siglo XX no sólo requiere hacerse cargo de la memoria y del olvido,[1] como preferentemente lo exige el análisis del presente de las cosas pasadas, sino también articular un punto de vista a partir del cual observar y analizar los procesos más problemáticos.


El siempre polémico historiador Timothy Garton Ash, uno de los referentes intelectuales en el debate sobre el estudio de la historia del tiempo presente, explica que escribir sobre los acontecimientos políticos contemporáneos demanda grandes habilidades a los historiadores, quienes deben desplazarse por terrenos siempre movedizos y cambiantes.[2] Muy frecuentemente, sus complicidades y dependencias del poder político les impide ver lo que se oculta detrás del bosque; como efecto, sus interpretaciones no son más que un mero reflejo de sus cegadas pasiones mientras que el pasado se convierte en un material de utilidad política.[3] Pero también algunos gobernantes europeos han realizado un esfuerzo sistemático por cooptar la historia para luego convertirla en una verdad oficial servil a los intereses de la razón de estado. Entre los años 2005 y 2008, por ejemplo, varios países de la Unión Europea promovieron una serie de iniciativas legislativas para criminalizar el pasado. Connotados historiadores como Eric Hobsbawm, Jacques Le Goff, Pierre Nora, Carlo Ginzburg, Marc Ferro, Paul Veyne y Timothy Garton Ash alzaron la voz ante una política que no pretendía otra cosa sino instaurar una censura intelectual a través de la imposición de una moral retrospectiva de la historia. La defensa de una libertad histórica que se oponía a una memoria oficial, sacó a flote la acertada reflexión orwelliana sobre el control del pasado. Desde ese entonces, la historia de la Europa contemporánea, como se puede observar en un rápido vistazo a las llamadas “leyes sobre la memoria”, permanece anclada en un complejo debate que no disocia a la ética de la historia ni a ésta de la política.

Cinco mitos sobre la era de la información | Robert Darnton


La actual confusión sobre la naturaleza de la llamada era de la información ha desembocado en un estado de falsa conciencia colectiva. Es una falta de uno pero un problema de todos, pues al tratar de orientarnos en el espacio cibernético con frecuencia hacemos las cosas mal; y los errores se esparcen tan rápidamente que se van sin respuesta. Tomados en conjunto, constituyen una fuente de no-sabiduría proverbial. Destacan cinco:

Superficialidades kantianas | Joaquín Trujillo Silva


Se cree que en remotos tiempos los seres humanos vivían sin creerse seres humanos, sin otorgarse a sí mismos ese fuero que los eleva por sobre otras especies; en otras palabras, vivían sin distinguirse del mundo. Es más, vivían —según esta teoría— sin esa palabra “Mundo” que nombra negligentemente al conjunto revuelto de peras, manzanas y otras millones de cosas que apenas tienen entre sí algo en común. Los seres humanos han dado nombre a tantas cosas, y en eso les han dado el apellido de “cosas”. Ellos, sin embargo, que son la Casa Real de la naturaleza, —la cúspide de la Evolución— se han alejado tanto de sus remotos parientes, los han ninguneado tan a menudo, llamándolos cosas, sepultándolos en la fosa común del Mundo, que ciertos seres primigenios—esos ancestros comunes a casi todo— han reaccionado y han decidido poner las “cosas” —¡uy, nuevamente!— en su sitio.

¿Dónde ha ocurrido este acontecimiento? En un poema de la recientemente difunta polaca Wislawa Szymborska, quien —quizás a nombre propio, quizás a nombre de la humanidad— intentó restablecer relaciones son uno de estos seres antaño vivos y hoy “inertes”, según el así llamado “Derecho Romano de las cosas”. Como poeta supo escuchar la respuesta, y en tanto alfabetizada la puso poner por escrito a fin que los sordos nos enterásemos. Leámoslo, por lo tanto, en esta traducción de Andrei Langa.

Aylwin, el making-of | Alfredo Jocelyn-Holt


Las declaraciones de Aylwin al diario El País no dicen nada nuevo, nada que no haya dicho antes y en reiteradas ocasiones. Incluso, la brutal frialdad a la que a veces recurre, se despoje o no de su siempre misma sonrisa, debiera resultarnos familiar.

Aylwin ha dicho: el golpe militar fue lamentable, pero un alivio, un mal menor. Los militares nos habrían “salvado” de una guerra civil o de una tiranía comunista. Cierto tiempo de dictadura habría sido necesario. De hecho, no objetó la disolución del Congreso o que se suspendieran los partidos; incluso estuvo dispuesto que democratacristianos, a título personal, cooperaran con la Junta. El registro documental a la fecha es claro: en variadas oportunidades y de distintas maneras, Aylwin justificó y apoyó a los militares, no obstante que tiempo después se volvió opositor. Es esto último lo que a Pinochet le extrañaba: “Yo estimo que ese caballero es muy inestable, porque un día dice una cosa y luego otra”.

La política económica de la inseguridad | Ulrich Beck


La consecuencia no deseada de la utopía neoliberal es una brasilización de Occidente: son notables las similitudes entre cómo se está conformando el trabajo remunerado en el llamado Primer Mundo y cómo es el del Tercer Mundo. La temporalidad y la fragilidad laborales, la discontinuidad y la informalidad están alcanzando a sociedades occidentales hasta ahora baluartes del pleno empleo y el Estado del bienestar. Así las cosas, en el núcleo duro de Occidente la estructura social está empezando a asemejarse a esa especie de colcha de retales que define la estructura del sur, de modo que el trabajo y la existencia de la gente se caracteriza ahora por la diversidad y la inseguridad.
En un país semiindustrializado como Brasil, los que dependen del salario de un trabajo a tiempo completo solo representan a una pequeña parte de la población activa; la mayoría se gana la vida en condiciones más precarias. Son viajantes de comercio, vendedores o artesanos al por menor, ofrecen toda clase de servicios personales o basculan entre diversos tipos de actividades, empleos o cursos de formación. Con la aparición de nuevas realidades en las llamadas economías altamente desarrolladas, la “multiactividad” nómada —hasta ahora casi exclusiva del mercado laboral femenino occidental— deja de ser una reliquia premoderna para convertirse rápidamente en una variante más del entorno laboral de las sociedades del trabajo, en las que están desapareciendo los puestos interesantes, muy cualificados, bien remunerados y a tiempo completo.

El despertar de la historia | Alain Badiou


A menudo se me reprocha, también desde el ámbito de mis potenciales amigos políticos, no tener en cuenta algunas características del capitalismo contemporáneo, de no presentar un «análisis marxista» del mismo. Según ellos, el comunismo sería para mí una idea suspendida en el aire y, en definitiva, yo sería un idealista sin ningún anclaje en el mundo real. Se me acusa, además, de pasar por alto las asombrosas mutaciones del capitalismo, mutaciones que permiten hablar con glotonería, de un «capitalismo posmoderno».
Antonio Negri, por ejemplo, en una conferencia internacional –me encantó y me sigue encantando que participase– sobre la idea del comunismo, me puso como ejemplo de aquellos que pretenden ser comunistas sin ser marxistas. Básicamente le respondí que más valía eso que pretender ser marxista sin ser comunista. Si tenemos en cuenta que, para la opinión corriente, el marxismo consiste en conceder un papel preponderante a la economía y a las contradicciones sociales que implica ¿quién no es marxista hoy en día? Nuestros amos son los primeros que son «marxistas». Se echan a temblar y organizan  reuniones nocturnas en cuanto la bolsa fluctúa o cuando la tasa de crecimiento disminuye. Sin embargo saltarán del susto y considerarán un criminal a quien pronuncie la palabra «comunismo».

Benjamin hoy | Alvaro Matus

¿Hacia dónde se dirige una sociedad que le da la espalda a la cultura? ¿Se puede dar el “salto” al desarrollo apoyándose exclusivamente en el crecimiento económico? ¿No es la cultura la encargada de dar sentido a la experiencia humana, de llenar nuestras horas de ocio con algo distinto al consumo de bienes materiales? Son preguntas que surgen al constatar la pobreza de museos como el Bellas Artes o de ver cómo en estos días se están saldando novelas de Coetzee, García Márquez y Philip Roth, tres de los escritores vivos más importantes del mundo. Como también se remata a Flaubert, Balzac y Henry James, da la sensación de que aquí no se salva nadie.


Asesinato en Amsterdam, de Ian Buruma | Félix Romeo

El título del nuevo ensayo de Ian Buruma (Holanda, 1951) parece el de una novela policiaca. (Mario Vargas Llosa ya escribió en un artículo en El País que se trataba de “un libro que se lee como una novela de suspenso”.) Pero a diferencia del método detectivesco, en el que la investigación está encaminada a averiguar quién ha cometido el crimen a través de diferentes pistas e hipotéticos móviles, lo que hace Buruma es, una vez conocida la identidad del criminal, tratar de hallar las causas por las que cometió el crimen: el asesinato de Theo van Gogh. Las causas. Debo decir que ese método de trabajo dispara en mí todas las alarmas. Porque cuando el propósito es encontrar las causas, acaban encontrándose. Y cuando se encuentran las causas, se ha dado el primer paso para justificarlas.

A diferencia de los textos que todos podemos leer de Ayaan Hirsi Ali, a quien estaba realmente dirigida la carta; o a diferencia de las películas y de los textos de Theo van Gogh que todos podemos leer o ver, el texto fundamental de Bouyeri no lo podemos leer. No estaba destinado a reforzar el debate intelectual sobre la libertad o sobre la conciencia crítica o sobre el islam, sino se trataba de una amenaza: tú serás la siguiente.